sábado, 9 de noviembre de 2013


Relato:
Bendita brujería

« ¡Qué no se te caigan mis alfileres, ladronzuelo! », me chilló la vieja bruja en su casucha cuando me devolvió ese muñeco de trapo antiguo que me había agenciado de la finca de un rico vecino para venderlo expresamente a esta hechicera. Pensé que iba a gozar de un buen dinero por esa cosa, pero ahora veía que solo tenía entre mis pequeñas manos tantos pinchos que me lastimaban.



 Ya en trance la hechicera me condujo, con el monigote aferrado a mí, al centro de su cuchitril. Sujetó mi cabeza fuertemente con sus huesudos dedos y empezó a maldecirme en un castellano incomprensible. Sentía como se me retorcía el estómago del miedo mientras mi otro yo, un niño bribón, se escapaba al infinito entre salpicaduras de aguas mágicas, hechizos y olores a extrañas hierbas.

 


Finalmente la mujer, levantó los brazos, miró al techo y cayó de bruces al suelo. Allí tirada giró su demacrada cara y no pude resistir su mirada satánica. « ¡Márchate, que ya te convertí en un niño bueno! », exclamó con suave voz mientras se levantaba esbozando una sonrisa teatral. Sin despedirme salí corriendo despavorido prometiéndome ir por el buen camino. Santo remedio a mi niñez descarriada.

 

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